Literalmente di un paso atrás. Y después me volví a acercar. Era al mismo tiempo algo que me interesaba mucho, y que me daba terror. Y el arte es un poco eso, ¿no? 

Apenas entré en el Salón del Malba dedicado a las Artes Visuales de Paraguay, en sus formas textiles, lo primero que vi fue la grandeza de las obras. Un manto ocupa casi la mitad de la habitación. La vi de lejos, pero detuve mi impulso de acercarme demasiado rápido. Quería vivir la obra tal como la plantearon, de principio a fin, y no me iba a saltear toda la pared izquierda porque sí. 

Así que avancé despacio. Me llamó la atención una serie de telas que colgaban del techo. Representaban los árboles nativos del lugar, con sus nombres, en guaraní, escritos al fondo de la exhibición. 

A lo largo del salón, y acercándome al manto, vi cómo los diferentes artistas habían manipulado diferentes textiles para crear formas nuevas, significativas. El Manto resultó ser una obra colectiva, ya que contenía la misma frase, pero escrita en múltiples idiomas, y mediante numerosos estilos. Era imponente, y lo vi de todos los ángulos posibles. 

Así, casi me choco con la caja de cristal que se encontraba un poco más lejos. 

Me di la vuelta y observé la obra. Primero vi el vestido de novia, hecho de capas y capas de seda. Después, el corazón rojo sangre en el medio. Miré hacia abajo y noté una variedad de papeles y noticias, de varios colores, en el suelo. Di la vuelta hacia un lado de la caja y volví a mirar arriba, y noté algo extraño. Las telas de araña no habían sido un juego de la luz, y las arañas tampoco. Pero al principio, tomé todo como una parte de la obra, una naturaleza muerta de alguna manera. 

Hasta que vi una de las patitas moverse dentro de la caja. 

Y ahí fue cuando salté. Había una persona trabajando en la sala, y para sacarme todas las dudas, pregunté si los arácnidos estaban vivos. “Sí”, me respondió con total naturalidad. “¿Y son venenosas?”, añadió el miedo que ya sentía en todo el cuerpo. Buscó el dato y volvió: “Sí, pero no pueden matar humanos. Después de 24 horas se va el efecto de la picadura. Son las arañas de la seda, por eso están ahí.”

Más allá de que la impresión de que tenía una araña caminando por algún lado de mi espalda no remitió, y que cada vez que miraba veía más cantidad, no podía alejarme. Es más, salí de la sala y volví a entrar. Es que me sentí nerviosa, pero atraída a la vez. Era la pieza de arte más interesante que había visto en la sala, y a la vez sentía que si seguía mirando la caja, muy probablemente se iba a romper, y seguramente las arañas correrían directo hacia mí. 

No pude ver otra cosa del resto de la exhibición. Tuve la caja de cristal en mi cabeza todo el tiempo, y la veía reflejada en todo el resto de las obras. Mirá vos lo que te hace el arte, como toma toda tu mente si así lo desea. Como captura toda tu atención, como graba una imagen en tu cabeza. Cómo se queda con vos después. La sensación de que tenía una araña caminando encima mío se mantuvo hasta que estuve más o menos en la segunda o tercera sala de la exhibición continua del Malba. Pero eso, es otra historia.

Por Victoria Martin

Licenciada en Periodismo