“Este es un desafío difícil para ti, ¿verdad?” Dice el conductor del reality show Next in Fashion, de Netflix, a uno de sus participantes. El desafío es crear un atuendo inspirado en una foto de tu infancia. El concursante, James, es trans, por lo que se ve obligado a verse de niño, cuando aún no había pasado por su transición de género. Me golpeó un poco ver a un participante tan expuesto, tan evidentemente afectado por la situación. Y esto me llevó a pensar: ¿Qué significa hacer TV de Reality hoy en día?
Todos los días nos encontramos con noticias sobre algún reality u otro en la televisión, en plataformas de streaming, y suelen ser uno más escandaloso que el anterior. Entre ediciones de todos los países posibles de Gran Hermano, que ya lleva más de 20 temporadas en algunas naciones, y episodios sin un gramo de contenido real como los de Jugando con Fuego, de Netflix. Todos los días, y aún así siguen generando conversaciones, seguimos escuchando gente en redes sociales, en los medios, hablando sobre ellos (y si no, relean el título de lo que están leyendo en este momento!)
Y aún así, con todo, este artículo no va a intentar convencer a la audiencia de que no tienen que ver realities, especialmente porque yo misma los veo a veces. Y lo entiendo. O al menos eso creo. Tiene que ver con ver un programa que nos saque un poco de nuestras cabezas. Con ver contenido que nos haga olvidar todo lo que pasamos en el día. Con el gusto de sentarnos y ver a gente peleando, amando, bailando, y llorando en una pantalla de televisión. Si hay algo que tienen los realities, es que se alimentan de las emociones exaltadas de sus participantes, y nos las traen a un grupo de personas que necesitan de esa emoción. Quizás porque nuestro ritmo de vida nos da tantas vueltas que después necesitamos frenar un poco y ver a un participante de reality fallar en una costura 10 veces en los últimos 5 minutos de un desafío de eliminación.
En Next in Fashion, se toma a 12 diseñadores de moda, y ellos deben atravesar desafíos hasta convertirse en la persona ganadora. La misma gana $200.000 dólares, y va a poder vender su colección en una página de retail muy conocida de Estados Unidos. Los participantes vienen de diversos entornos, y es muy interesante ver su interacción con el resto.
En este caso, y hasta esa conversación entre Tan France, conductor, y James, me había parecido que el show era más amable que otros que había visto. Los personajes se llevan bien entre sí, no pelean, los conductores y los jueces son amables y constructivos, y se genera un sentido de comunidad logrado. En principio, me había hecho acordar al Bake Off de Inglaterra, en mi opinión el reality más amable que existe. Es más, ese Bake off es tan amable con sus participantes que, cuando uno de ellos comenzaba a llorar, inmediatamente una de las conductoras se ponía en medio del participante y la cámara, y comenzaba a decir malas palabras, para que el contenido no pudiera mostrarse por la televisión. Obviamente, no se trataba de un programa en vivo.
Yo estoy justo por terminar la temporada, viendo el último capítulo. Realmente es un programa que me saca de mi cabeza, que me da un rato para no pensar y simplemente ver gente que cose a una velocidad desmesurada. Siendo una persona que casi no puede coser dos puntos en fila recta, me parece increíble. Y creo que un poco es eso, dejar de analizar con tanto ahínco el contenido que consumimos. Ya otro día voy a poder ver un capítulo más de mi ficción dramática/filosófica preferida. Hoy, prefiero ver gente real enloquecer en televisión.